Maestro Lin lo intentó muchas veces con algunos de sus discípulos y siempre fracasó. Pertenecíamos al grupo de practicantes más salvajes, aunque disciplinados, más críticos aunque ortodoxos y formábamos dentro de la Escuela nuestro propio Clan de avanzados los cuales nos reuníamos con cualquier pretexto y discutíamos sus enseñanzas y desarrollábamos entre nosotros el perfeccionamiento de técnicas y contra técnicas.
Nosotros preferíamos el arte de la lucha, pero el Maestro de una forma u otra nos arrastraba hacia el punto de conflicto permanente. El desarrollo de la energía interna y su manifestación externa. El Maestro Lin estaba desarrollando su Chi Kung y quería que todos participáramos de su entusiasmo.
La movilización de la energía interna, el Chi, dentro del cuerpo puede tener alguna manifestación externa. Lo primero que la gente que practica Taichi o Chikung es en su mayoría una agradable sensación de calor, aunque por el contrario algunas pocas perciben una sensación de frío, particularmente en palmas y plantas de pies y progresivamente en el resto del cuerpo. También suele experimentarse en las yemas de los dedos de manos un hormigueo o más exactamente como si diminutos alfileres los punzaran.
Ante algunos ejercicios o durante la práctica de meditación, la persona puede sentir algún leve movimiento, generalmente en olas circulares que obliga a algún balanceo de brazos o del tronco, pero generalmente nada más. A este fenómeno de sentir el movimiento de la energía se denomina Don Chu.
Pero en estados más avanzados de prácticas o en individuos más predispuestos hay niveles más espectaculares de manifestación.
Maestro Lin gustaba de sentar a uno de sus practicantes más permeables en un banco mientras a una distancia de metro y medio irradiaba su Chi Kung con sus manos alrededor del cuerpo del alumno. Generalmente este comenzaba a mover incontroladamente las piernas primero para luego sacudir todo el cuerpo como en un ataque epiléptico.
Otra de sus demostraciones consistía en poner a varias personas en hilera y colocarse el frente a la fila con los brazos extendidos. Al irradiar su energía generalmente el último de la fila comenzaba con las sacudidas.
Ante todas estas experiencias el Maestro miraba a nuestro grupo con cara de desaprobación y desaliento ya que evitábamos prestarnos para las mismas.
De tanto en tanto nos tomaba desprevenidos y nos asaltaba con su transmisión energética para, luego de varios intentos, retirarse refunfuñando vaya a saber qué en su idioma,
-Usted qué siente.
-Nada Maestro.
-Y usted porque no tiembla.
-Porque no tengo frío Maestro.
No éramos irreverentes. Eramos fatalmente sinceros. Discutíamos si aquello que presenciábamos en otros compañeros era real. Podía ser verdad, pero también podía ser sugestión, o deseos de figurar o de congraciarse de algún modo con el Maestro.
No conformes con nuestras disquisiciones inquiríamos a los protagonistas quienes describían percibir como pequeñas explosiones de energía dentro de su cuerpo que detonaban en forma sucesiva y poderosa obligando a los movimientos involuntarios.
Pasaron muchos años antes que yo sintiera algo similar y que respondiera a mis preguntas. Sentada en meditación frente a una alumna súbitamente mis brazos se levantaron desde mi regazo hasta la altura de los hombros y como el ámbito estaba en penumbras pude ver una luminosidad que acompaño al movimiento. El mismo fue no sólo involuntario, sino que también fue acompañado de una sensación de fuerza en aquel desplazamiento ascendente.