El Wayna Picchu (el joven mascador de coca según algunos, o el cerro joven según otros,) se levanta imponente por detrás de Machu Picchu. Ya lo hemos subido anteriormente con un guía pero en esta oportunidad no hay uno disponible comprometidos con otros asuntos así que parte del grupo que viajamos en esta ocasión nos pusimos de acuerdo para subir por nuestra cuenta y acompañar los que tenemos alguna experiencia a quienes lo hacen por primera vez. En realidad el ascenso no es difícil porque los senderos de piedra son lo bastante anchos para quienes no sufran de vértigo y sólo puede ser resbaloso si ha llovido el día anterior.
Yo me quedo atrás cerrando nuestra fila, simplemente para estar al tanto de cualquiera que decida claudicar y para alentar a aquel que esté dudoso durante la travesía.
Pronto queda cerca mío una señora muy particular. Fue fuente de problemas durante todo el viaje, con actitudes muy críticas hacia todo el mundo. Se autodefine como una formadora espiritual, con su propio grupo de seguidores, pero el ego es bien fuerte y muestra muy poca consideración por el otro.
La cuestión es que asegura acompañar permanentemente a grupos a subir al Uritorco en Argentina, y yo la miro con recelo porque para alguien habituado a este tipo de paseos viene subiendo muy dificultosamente, llevando en una mano una bolsita de plástico con aquello que consideró útil para esta excursión. Yo la veo esforzarse por ascender con una sola mano agarrándose a las piedras cuando fácilmente necesitaría tres.
No hizo un tercio del camino hacia la cúspide cuando decidió quedarse sentada en ese lugar hasta que regresemos todos de la cima del cerro. Mi duende travieso me señala algo al oído interno y yo empiezo a alentarla con las palabras más dulces y maternales que encuentro. Poco a poco, paso a paso, descanso tras descanso la voy empujando hacia arriba. Vamos hablando de su vida personal, de su trabajo y como con las conversaciones me afloja la marcha la insto a que guarde el aliento, a que respire profundo, que se nutra con la energía de la naturaleza y siga ascendiendo.
Llegar, llegamos. Su cara enrojecida por el esfuerzo pero sin síntomas preocupantes. El grupo que hace rato está arriba la mira intrigado. Algo ha cambiado.
Mas tarde, en Aguas Calientes, la veo sentada solitaria y callada en una mesa tomándose un jugo bien fresco, la cara aún enrojecida quizás por el sol.
En el tren de regreso a Cuzco sigue callada y con cierta expresión mezcla de satisfacción y tranquilidad interior. A su alrededor el grupo charla animado.
La coordinadora del grupo se me acerca y me pregunta intrigada.
-Inés. ¿Se puede saber qué le hiciste para que esté tan tranquila?
-Nada. Sólo subimos al Wayna Picchu.
Yo sonrío y me acuerdo de los niños traviesos que luego de cansarlos bien son como angelitos.
Aquí bien podría terminar la anécdota, pero sigue.
Ya de regreso a Buenos Aires se presentó en un congreso de terapias y ciencias alternativas en el complejo San Martín. Aparentemente, según me lo contaron, de este su primer viaje a Perú adquirió licencia de chamán. Así que abrió lo que fue su show plantando sobre el escenario dos cirios pintados de esos tan bonitos que se venden en Cuzco, para acto seguido rociar a la platea con agua florida, asustando a mucha de esa gente que no tenía la menor idea de qué quería hacer escupiéndoles perfume. Ahí fue cuando entendí las quejas de algunas personas de los pueblos originarios que no quieren que el conocimiento sea participado a personas de otras culturas y alzan su voz contra el neochamanismo y el chamanismo urbano.
Lo que yo si sé es que cuando un ciclo empieza a mover su espiral ya no se puede detener porque es guiado por fuerzas ajenas a nuestra voluntad, que el tiempo separa y distingue lo auténtico de lo falso y que hay una distancia abismal entre ¨el que quiera oír que oiga¨y ¨el que sepa entender que escuche¨.